Había ido a uno de esos antros que florecían en la ciudad, y lo conocí. Habíamos estado un rato largo mirándonos, él tenía un vaso con una bebida rosada, yo solo tenía miedo.
Se me acercó y pronto terminamos besándonos, a diferencia de otros chicos, no me acosté con él esa noche. Pero si volví a verlo.
Al principio me sentía bien con él, nos tomábamos de la mano y los besos marcaban mis labios como el fuego.
Todo era así, todo era felicidad! Pero no eramos una pareja, eramos amigos que no se comportaban como tal.
Y me acuerdo perfectamente que una noche me llamó y me dijo "Este es el momento". ¿Él momento de qué? Creo que todos lo daban por hecho, menos yo.
Llegué a su casa, como estaba pactado, me desnudé en silencio a la par de él, sin tocarnos... nos miramos fijamente unos segundos, explorandonos solo con la mirada; como un par de niños curiosos por los misterios que ofrece el sexo.
Fué bruto, doloroso, con orgasmos de su parte; con actuación de la mía.
Al acabar (él) puse mi cabeza en su pecho y el se encargaba de acariciarme.
- ¿Alguna vez pensaste en el hecho de tenerme en tu cama? - dije con un hilo de voz.
- Digamos que fantasee con ello, nunca pensé que pasaría...
- ¿sabes qué pasa, Felipe?
- ¿Qué? - me dijo con los ojos llorosos.
- A veces cuando tengo sexo me doy cuenta de que hay vacíos existenciales que no se llenan con nada...
Él me miró confundido y sacó la mano de mi cintura. Se levantó de la cama, desnudo y me miró.
- ¿Sabés qué pasa, Marina?
-¿Qué? - mis ojos ya no lloraban.
- Que yo no puedo darte algo más que un par de promesas.
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