Cuando era pequeña mi padre siempre solía regalarme libros,
que antes pasaban por el control de calidad de mi madre, que decidía si eran
aptos para alguien de mi edad.
Al cumplir 14, me
regaló uno titulado “Vidas anteriores”, haciéndome prometer que no le iba a
contar a mi madre sobre él. Con una sonrisa juré no decirle, y me encerré en mi
habitación para comenzar a leerlo.
Hablaba sobre como
los humanos podemos tener recuerdos que pertenecen a nuestras vidas pasadas, de
cosas que hicimos cuando solíamos ser otra persona, ocupar otro cuerpo; sentir
con otra piel.
Recuerdo que cada
vez que oía la voz de mi madre, ocultaba el escrito bajo la cama y fingía
dormir, creyendo que ella no se daría cuenta de que estaba mas despierta que la
mente de un perturbado.
Sin embargo, una de
esas noches que fingía dormir, me dormí de verdad, y mi pequeña mente de
muchacha virgen comenzó a soñar.
Me encontraba en una
antigua casa, con ropa del siglo XVII, y un alto peinado casi rozando el cielo.
En escena apareció un hombre de cabello cano, pero no aparentaba ser muy mayor.
-
Elizabeth – me dijo – los niños te están esperando para
su baño
-
Claro, Mr. Acrod, enseguida voy.
La casa era gigante, de alto lujo
y decorada con retratos de quienes, supongo, eran la familia de este hombre que
aparentaba ser mi amo.
Ya en el baño, me acerque a la bañera, pero no hizo falta que tocara
nada, la canilla se abrió por si sola empapando los azulejos. Un niño y una niña
entraron envueltos en toallas, cuestionando cuanto tiempo faltaba para su
ducha.
Luego de bañarlos, se alejaron corriendo en
una dirección desconocida por mí, y yo me dirigí a una enorme galería con grandes
columnas talladas, dignas del más grande palacio.
Otra persona entró en escena, esta vez un
muchacho joven, de cabello castaño, y hermoso porte.
-
Hola, querida, te estuve pensando toda la vida – acto seguido
besó mi mano y me invitó a mirar el ocaso.
Desperté exaltada de este sueño, que se sintió
tan real como una caricia de amor, me repetí a mi misma que tanta lectura
perturbaba mi mente, y bajé a desayunar.
5 años después.
Ya con 18 años cumplidos, y la
secundaria terminada, me había decidido a entrar a la facultad para seguir la
carrera de letras. Como mis padres no podían pagarme mis estudios, decidí
buscar un trabajo, y lo obtuve en un cine de la zona, atendiendo a los clientes
y diversas otras porquerías.
Mi jefe era Jorge, un hombre mayor, algo gordo, pero amigable. Se
llevaba bien conmigo, y hablábamos de literatura.
Una tarde luego de mi turno iba a tener una
cita a ciegas, organizada por mi mejor amiga, con la excusa de tener al “chico
ideal” para mi. No me sentía muy cómoda con esto, pero sin embargo accedí.
-
Betty, tengo un regalo para vos – me dijo Jorge cuando
estaba por irme – un par de películas que estoy seguro que pueden gustarte. –
Me entregó un sobre de papel madera cerrado
-
Gracias, jefe!
Partí al punto de encuentro con el supuesto amor de mi vida, y mientras
lo esperaba decidí abrir el sobre.
La primera película tenía como tapa una enorme
galería, con columnas talladas dignas del mejor palacio, y una vista
privilegiada al ocaso…
-
Vos debés ser Betty – oí una voz tras de mi – Soy Mariano,
un gusto conocerte por fin.
Allí estaba él, de cabello castaño, y hermoso
porte. A quién yo había esperando toda la vida, o al menos desde que lo había soñado.
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